La
UAEM en The 1st e-Icon World Contest,
Seúl, Corea
Patricia
Montaño Reyes
Muchas veces lo obvio resulta
inescrutable cuando el apremio se ocupa de nosotros. Todos los preparativos con
punto y coma, palomeados. Un par de días antes, cuando me entrenaba para el
cambio de horario (13 horas adelantadas en Korea), decidí guardar los documentos
que tenía a mano para viajar. Ni pasaporte ni visa estaban donde deberían
estar. Un duende absurdo y travieso los había movido de lugar, y a mí me movió
de la cordura a la histeria. Desordené, ordené y volví a desordenar lo
ordenable, pero los dos documentos que necesitaba para viajar estaban por
ningún lado. Entonces, en una llamada, recordé que los había «escaneado» para
guardarlos en línea, como todo nativo de las tecnologías de la información y la
comunicación. Nada más que recientemente también había decidido donar mi
impresora-fotocopiadora-escáner (ahora le llaman multifuncional, pero eso
también lo hacemos las madres de familia) a mi vástago, para sus tareas
prioritarias. Ahí vamos, con el Jesús en la boca, el Mahoma en los dedos y el
Buda en el pecho, orando porque estuvieran ahí (¡a día y medio de tomar el
vuelo!), con la esperanza de que al levantar la tapa del multifuncional
aparecieran sobre el vidrio. Ahí estuvieron y la circulación sanguínea volvió a
ser la de todos los días. Solamente se alteró cuando me enteré que el vuelo que
debería tomar originalmente a Los Ángeles para volar después a Corea, era por
Alaska Airlines, pos cómo? O sea. Tal vez la geografía se había innovado a la
par de la tecnología.
Lunes 14 de febrero. Camino al
aeropuerto con altas dosis de adrenalina. Al despedirme de mi hermano y su
familia me enteró que la tradicional peregrinación de febrero a la Villa de
Guadalupe estaba en pleno movimiento por la Toluca-México, ¡Ups! Salimos de
prisa y sí, miles de peregrinos llenaban toda la lateral del Paseo Tollocan
hasta Ocoyoacac. Así nos constituimos obligadamente en un par de peregrinos más,
en vehículo, pero a la vera y al paso que permitía la procesión.
Llegamos a tiempo. Frente al mostrador
de Alaska air tuve conciencia de que mi partida era un hecho. Documenté y
fuimos a comer. Camino a la zona de comensales, saliendo de los elevadores, nos
encontramos con César Vega y su familia (el único alumno que cumplió todos los
requisitos. Qué complejidad que los padres nos ocupemos de prever oportunidades
para los hijos y les gestionemos pasaporte y visa). Intercambio de miradas y escuche
su pensamiento: «ya está aquí la maestra que acompañará a nuestro primogénito».
Al terminar de comer, fui al sanitario
y cuando abría la puerta para salir, un disparo verbal a bocajarro: «Maestra,
César ya está esperándola». Segundos de turbación, pero en la ecuanimidad
advierto que me hablaba la preocupada madre de César. —Claro, no se preocupe
estamos con bastante tiempo.
Me despedí de Paco y abordé el avión.
Dentro, cual tianguis de los viernes toluqueños, cada cual en la búsqueda de su
asiento y del espacio suficiente para las pertenencias. Tirones, empujones,
jalones, reclamos y demás, propios del egocentrismo actual.
«Alaska air appreciate your choice. This flight will be
from 3:30 hrs. The crew will offer you a snack. Enjoy your fly».
Cuando llegó el anunciado bocadillo, lo menos me resultó enigmático por su
envoltura. Era un paquete redondo envuelto en papel aluminio. Para acompañar la
sorpresa opté por un jugo de tomate. Al desenvolver el paquete ¡Guau! Nunca
imaginé encontrarme con un tamal verde en pleno vuelo a Los Ángeles por Alaska
Air! Jajaja. Obviamente que no picaba, pero era un tamal. Por cierto la hoja de
maíz, cuadrada.
Bajar en Los Ángeles, pasar por la
aduana con un agente bastante jetón que se molestó porque no aclaré en el
formato que estaba en tránsito, y comenzar a buscar a nuestros pares. En la
sala de espera tratamos de identificar rostros similares a los que teníamos en
imágenes de Skype y Messenger. Cuando buscaba también un par de asientos
vacíos, escuché me llamaban por ni nombre. Ahí estaban: Gabriel López Morteo y
Rosela Olea Gutiérrez; él, investigador de la Universidad Autónoma de Baja California
y ella estudiante del Colegio de Bachilleres del mismo estado.
La mayoría del personal a cargo del vuelo
por Korean Air, eran mujeres muy hermosas, todos atentos, amabilísimos. El viaje de LA a Incheon fue largo. Doce horas de vuelo trasatlántico. Salimos de
México el 14 a las 17:05 horas y llegamos el 16 de febrero a las 6 de la
mañana. El uso horario se ocupó de alterar mi reloj interno. En los primeros
minutos de vuelo vestí de pijama y me acomodé a revisar la diversidad de
opciones que tenía en la pantalla frente a mi asiento. Me chuté desde Dr. House
hasta Two and a Half Men, pasando por las noticias de nevadas fuera de serie en
la costa oeste de Corea (preludio de la catástrofe en Japón), hasta un
documental interesantísimo llamado The east and the West, un reporte de
investigación acerca de las diferentes formas de ver y verse entre personas de
Asia (Corea, Japón), América (Estados Unidos) y Europa (Inglaterra). Me
arrellané de un lado, de otro, subí los pies, estiré las piernas. Dormí.
«Ladies and gentleman in few minutes we are to arrive at the airport
Incheon, please, fasten your set belts. Thank you for choosing Korean Air».
Maletas al hombro nos dirigimos a la
salida ¿cómo saber quién acudiría por nosotros? Había poco más de 20 personas
esperando a los recién desempacados de América. Entre ellos, para nuestra
salvación, cuatro jóvenes portaban una manta con el conocido logo del evento:
e-ICON. ¡Fiú! Ya la hicimos.
Un joven se presentó amablemente, nos
dio la bienvenida y nos pidió esperar a otros concursantes que estaban por
llegar. Caminamos por el aeropuerto para estirar las piernas, tomar un poco de
aire coreano, y empezar a acomodar nuestros tiestos a ese ámbito oriental.
El aeropuerto de Incheon está situado
en la Isla de Yongjong a 52 km. de Seúl.
Sin embargo está conectada a Seúl por una carretera de 40 km. Por las
puertas automáticas entraba aire helado. Incheon es la tercera ciudad más
grande de Corea del Sur,
después de Seúl y Busán.
Lugar en donde se ubica el puerto más importante de la costa oeste surcoreana y
el aeropuerto más grande del país,
es el centro de transporte más grande de Corea del Sur. Por cierto es ciudad
hermana de Mérida.
Incheon parece parte de Seúl debido a
su cercanía a la capital y al hecho de que los sistemas de metro de ambas
ciudades están conectados. Sin embargo, Incheon es una ciudad completamente
independiente de Seúl.
Nos llevaron a Seúl en un camión
cuidadosamente decorado: fundas y cortinas con pasamanos en tonos fucsia. El
trayecto fue de una hora aproximadamente por una vía rápida de seis carriles.
Vimos el amanecer. El sol que anunciaba el 16 de febrero se alcanzaba a ver de
frente. Al parecer, cada día se estrena justo en ese escenario, antes que en
cualquier parte del mundo.
Seúl, capital de Corea del Sur, es una
enorme y muy moderna ciudad con aproximadamente 10 millones de habitantes. El
río Han (Han-gang) atraviesa la ciudad. El largo total del río es de 514 km, no
es muy largo, pero sí considerablemente ancho para un río tan corto. Dentro de
los límites de Seúl el río tiene más de 1 km de ancho. El problema es pasar de
un lado a otro. Hay varios puentes pero las filas de autos y camiones son
enormes. El tránsito en Seúl es un problema.
El hotel Seokyo es la sede, está en el
distrito Mapo-gu, uno de los viejos suburbios al sur de Seúl, pegado al río Han
y muy cerca de la Universidad Hongik. Una pequeña universidad privada, famosa
por su Escuela de Arte y Diseño. El barrio es interesante, calles estrechas que
suben, bajan, atraviesan, llenas de comercios, cafés, bares, restaurantes por
todos lados y en todos los pisos. Repleto de gente joven que va y viene a partir
de las seis de la tarde. Definitivamente la vida empieza en la tarde noche.
Mi habitación fue la 1111, la compartiría
con Ubom Charoensriwong, tailandesa, maestra de matemáticas y excelente
persona.
Posterior al desayuno consultamos a
nuestros anfitriones sobre las tareas a realizar. Sin programa para ese día,
decidimos salir a caminar, conocer el rumbo, andar a pie las calles cercanas al
hotel. Hacer tierra en Seúl.
Eran las 10 de la mañana, el aire frío,
-3°C. Caminamos y antes
de cruzar la primer calle o doblar la primera esquina volteamos a ubicarnos,
¡ups! todo en perfecto coreano. Decidí sacar una foto del letrero de calle. Una
gran avenida y varias calles pequeñas, vacías casi todas, los comercios
cerrados. Llegamos a una estación de metro, entramos, lucía limpia, modernísima
con muchas indicaciones en colores. El metro en Seúl es muy moderno y
funcional. No te pierdes.
En un edificio grande, con placas en
dorado, apareció el primer anzuelo en forma de leyenda: «Souvenirs for foreigners». Vendían Ginseng. En
cómplice mirada optamos por tocar el timbre. En cuanto notaron que éramos
turistas hablando en inglés nos mandaron a una persona que nos explicó y mostró
el desarrollo de la planta desde el primero hasta el sexto año. Es una planta
inusual en su desarrollo y asombrosa en sus propiedades. Compramos recuerdos y
probamos té y dulces elaborados a base de Ginseng.
Salimos y caminamos de regreso al
hotel. Había pequeños puestos ambulantes, nunca supimos qué vendían, ni pizca
de alguna letra, imagen o número legible para nosotros, extraños occidentales
caminando una fría mañana de invierno en Seúl.
Al subir las escaleras del hotel nos
encontramos con parte del personal del evento. Nos regañaron, no debíamos haber
salido. ¿Por qué? Quién sabe. Me entró la paranoia mexicana, estamos
secuestrados. Después entendí que hacía falta que nos asignaran un voluntario.
Un joven estudiante coreano que nos acompañaría y asistiría durante la
estancia. Pero si no nos hubiéramos escapado ese día dudo mucho que en otro
momento habríamos llegado hasta allá.
En el lobby del hotel había un mural
elaborado con gis blanco en un pizarrón verde (sí, de los tradicionales). El
motivo: el año nuevo del conejo. Era casi un comic.
Jornadas de trabajo
El programa de actividades era
riguroso. Todos los días el desayuno se serviría en el Red Ribbon, restaurante del hotel, de 6:30 a 8:30
horas. Y las sesiones de trabajo de 8:30 a 12:00, con hora y media para el luncheon.
Después volver al trabajo hasta las 18:00 horas, momento de cenar. Días de
trabajo arduo con excepción del domingo.
La ceremonia de inauguración y
bienvenida resultó interesante por la diversidad de etnias, presentaron a los
participantes de cada país. Después de dos conferencias siguió la presentación
de casos; un profesor expuso la situación general de su país con relación a la
educación y el acceso a las tecnologías, me habían informado que yo pasaría al
ruedo el miércoles, pero no, me tocó el mismo martes y ni modo, mi vestido de
gala sería para otra ocasión. Después nos llevaron a los salones donde
trabajaríamos: Harmony Room. Seis mesas en cada salón, en ellas una
computadora, papelería, el número del equipo y un pintarrón. Ahora sí a
trabajar. Hasta entonces supimos que los equipos de docentes y estudiantes
serían independientes. A cada par de maestros y estudiantes de un país nos
asignaron un par de docentes y estudiantes de una escuela de Corea. Allí estaban
nuestros compañeros: GooSang Yoon y YoungSun Yoon, maestros de inglés en una
escuela de Incheon. Para nuestra tranquilidad nos enteraron de inmediato que
han decidido preservar su identidad y ahorrarnos la difícil pronunciación.
Todos tienen un nombre occidental. ¡Señoras y señores, el equipo 400 voices:
Mac, Hiuy, Gabriel y Paty! Acompañados siempre por la atenta Cloe.
El lema que propuse noches antes frente
al ordenador, resultó visionario: your words & our words: our voices. Porque
eso fuimos, no solo los cuatro, las cerca de 200 personas reunidas allí: un
poema de voces, cantos, trinos, ideas, propuestas, energías.
Qué jornadas, conocernos, acordar el
proyecto, los temas, los cómos y el para qué. Mangas arremangadas: debemos atender una
metodología específica que incluía el llenado diario y la entrega de varios
formatos: Plan for
Developing Project (PDP), Team Reflection y
Daily Report.
Además el proyecto debía apegarse al esquema presentado en la Guideline. El producto final era diseñar
material didáctico para la modalidad de educación a distancia a partir del
trabajo colaborativo. Vivimos jornadas ricas en discusión y preguntas, fue un
verdadero trabajo dialógico. Me enteré que el rechazo a las matemáticas por
considerarlas difíciles y aburridas es común entre ellos y nosotros. Al final
acordamos combinar el aprendizaje de inglés con matemáticas a partir de un
catalizador común a los adolescentes de ambos países: Lady Gaga.
Vaya, las ideas fluyeron. Claro, si
Lady Gaga pudo presentarse usando un vestido de carne un día y otro con ranas,
por qué no pensar que quiere un conjunto elaborado a base de camarones y hojas
de alga (seaweeds).
Es una posibilidad real que pone en problemas al diseñador: allí entraron las
matemáticas, para resolver problemas reales y cotidianos: ¿cuántos camarones,
cuántas hojas de alga necesita, qué área debe cubrir? Por otro lado necesitamos
saber inglés. El resultado fue un objeto de aprendizaje que contempla ambos
aprendizajes, la página es: http://azul.iing.mxl.uabc.mx/~galopez/e-icon/Sitio_web/1_Home.html
A mi me convenció, me resultó
interesante, útil y un claro ejemplo de trabajo colaborativo.
Los días transcurrieron entre esa labor
de diseño y las salidas al almuerzo y la cena. Por cierto, al interior de
cualquier restaurante, tienda, autobús la temperatura era incluso cálida
mientras en la calle estuvimos entre -6 hasta 1 como máximo. Algunos no se
tapaban de más, otros, entre ellos yo, con un suéter y un saco, lo más una
bufanda y guantes. Nadie enfermó, ni se resfrió, ni nada. En cambio en Toluca es
frecuente escuchar que la calefacción es dañina por salir de inmediato al frío.
Se evidenció lo contrario. Otro mito, en México se asume que en Toluca, por el
frío, la gente se va a su casa y la vida social se limita. En Seúl las
temperaturas son más bajas y la gente camina, va, viene, entra, sale.
La comida
El paladar me instaló la certidumbre de
que alguno de mis antepasados fue asiático, porque me encanta la comida
oriental. Cada platillo resultó ser una alegoría de sabores y nutrientes
exquisitos. Para empezar el kimchi, considerado uno de los alimentos más sanos,
entre los beneficios que puede dar a la salud: aumenta las defensas del cuerpo,
es antioxidante y
ayuda a eliminar el colesterol. Su preparación está asociada a una gran
tradición familiar coreana. Me comentó Mac que su madre y esposa preparan
juntas el kimchi de la familia. Lo consumen en cualquier comida, siempre está a
la mesa en la cantidad que se requiera, y en restaurantes se puede consumir todo
el que se desee sin costo alguno; a diferencia de otros países donde se ha
exportado, como Japón, donde —versión de Hiuy—cualquier ración adicional tiene
un costo extra. Probé de col y de rábano, ambos me gustaron pero prefiero el de
rábano. Lo preparan en muy diversos platillos: kimchi con arroz frito, en sopa
con tofú, tortilla de kimchi, entre muchas otras variedades.
El otro alimento básico de la
gastronomía coreana es el arroz, tipo gohan, hervido. O en múltiples
combinaciones, frito y en una modalidad contemporánea: omurice. Es algo
parecido a lo que conocemos como omelette, huevo revuelto en una tortilla y en
su interior arroz frito, por fuera lo pueden bañar con una combinación de
mariscos, acompañado con pollo, res, verduras con salsas diversas.
Son muy comunes los caldos de pollo,
res y pescado, acompañados de verduras, hongos y muchas hierbas y semillas como
ajonjolí y de girasol. Me encanta el sabor de la castaña en agua, neutro y
crujiente. No sé si serán realmente castañas como las conocemos. Por cierto el
domingo encontramos varios puestos en la calle que vendían castañas asadas, me
encantaban cuando niña, durante la navidad.
Visita a las Villas Folklóricas
Las Villas son una amplia zona que se conserva
como museo, de interés tanto para los turistas como para los mismos coreanos.
Están ubicadas en la ciudad conurbada de Yongin (el tiempo de traslado fue
aproximadamente de una hora y media). El objetivo de estas villas es mostrar
elementos de la vida y la cultura tradicional coreana. Tiene múltiples
secciones, réplicas de casas tradicionales de diferentes clases sociales y de
varias regiones. Tiene un área para eventos tradicionales tales como danzas o
show ecuestre; esta vez había un hombre haciendo increíbles malabares sobre una
soga a cinco metros del suelo, acompañado por una música de tambor.
Cuenta con un museo con diversas escenas de la
vida cotidiana coreana, exhibición de actividades metalúrgicas y de trabajo con
la madera, tiene zona comercial con diversos recuerdos típicos, restaurantes y un
parque de diversiones.
Me gustó el área donde están una gran
cantidad de tótems a ambos lados del camino y la leyenda señala que si te tomas
una foto con ellos su espíritu te acompañará y protegerá siempre. Claro que me
tomé la foto. La protección extra siempre es bienvenida.
También hay una gran roca envuelta en
lazos que tienen miles de deseos amarrados. A un lado hay una mesa con papel
coreano y varios lápices, anotas tu deseo, lo amarras a la roca y los espíritus
orarán por que se cumpla. Hasta allá están en mi puño y letra algunos de mis
deseos.
La comida en las Villas fue rica y
reconfortante: caldo de arroz con tofu y vino (parecía pulque)de arroz,
elaborado de forma similar a la cerveza pero con arroz. Hacía frío, -4 grados centígrados.
El domingo de regreso a Seúl fuimos en
metro a la calle Insadong, nos bajamos en la estación del mismo nombre y
caminamos un par de cuadras para llegar. Es una gran calle tipo andador, donde
se encuentran una gran cantidad de tiendas, comercios, restaurantes y un centro
comercial llamado Ssamzigil. Es un lugar interesante, en la parte superior
tiene un jardín, hay múltiples negocios, boutiques, cafés. Puedes comprar cosas
muy trendy,
incluso elaboradas y vendidas por sus propios diseñadores. De regreso al hotel
a las nueve en punto.
De regreso al trabajo, continuamos con
los últimos detalles de nuestra propuesta educativa. El diálogo nunca dejó de
fluir, los amigos coreanos siempre preguntaban, sugerían y llegábamos a
acuerdos. Es un gusto trabajar así, fue un trabajo realmente colaborativo. Los
días previos a la competencia los dedicamos a elaborar y practicar la
presentación ante los jueces.
En realidad nunca tuvimos en claro qué era
lo que evaluarían los jueces. Lo platicamos, para los cuatro no era una
prioridad la competencia como tal. Haber trabajado y compartido esos días había
sido suficiente. Aprendimos mucho, si de eso se trataba.
En el COEX, la competencia.
Las jornadas en el COEX, fuera del
momento de la presentación de nuestros equipos, fueron realmente cansadas.
Arrastrábamos cansancio de los días previos, si los maestros cabeceaban e
incluso dormían, imagínense a los estudiantes. Por momentos estaban en plena
charla, y si los callaban pues a dormir sea dicho. El tiempo se tornó lento,
creo que no fue la mejor estrategia. Cada equipo pasaba al frente, se tardaba
10 minutos cuando menos en instalarse para poder echar a andar su trabajo,
luego la presentación otros 15 minutos, más la sesión de preguntas y
respuestas.
En el receso del almuerzo pudimos salir
a conocer los alrededores del centro ejecutivo del COEX. Es una zona llena de
grandes rascacielos, allí se ubican las sedes de los grandes corporativos, es
el área de negocios por excelencia de Corea del Sur. A pesar de tanta gente usando traje, a
diferencia de la zona del hotel, enfrente hay un templo budista. En noviembre
de 2010 allí se realizó la reunión G-20.
Los resultados
Los ganadores en la categoría de
profesores fueron:
1º Brunei-Seúl, con el tema: Salvemos
el sistema solar
2º Rusia-Chungchengnam: Al rescate del
balance en la tierra
3º Singapur-Seúl: Aplicación para
iPhone
4º Vietnam-Incheon: Modelo para mejorar
el entendimiento cultural bilateral
De los estudiantes:
1º Vietnam-Incheon: Cultura real
2º Brunei-Gyeongbuk: Protección del
copyrigth
3º Perú- Incheon: Lecciones virtuales
sobre la importancia de la energía solar.
4º Rusia-Seúl: Copyright
Como se desprende de la temática,
destacan los aspectos referentes a la cultura ambiental, y curioso que dos
traten específicamente sobre los derechos de autor, cuando esta avanzando
rápidamente el copyleft.
Al finalizar la ceremonia de entrega de
premios, Luis Sun nos presentó a Jorge A. Agraz, connacional que forma parte
del cuerpo diplomático de México en Corea. Es el tercer secretario de asuntos
culturales y de educación. Al charlar sobre el evento, nos sorprendió que el
diplomático ninguna información tenía sobre el mismo y menos sobre nuestra
estadía. Cenó con nosotros, intercambiamos correos, nos tomamos fotos y se
despidió. Fue muy amable al ofrecernos su ayuda si algo dificultaba nuestro
regreso a México.
El sábado nos levantamos temprano, era
nuestro último día en Corea. El lobby del hotel era una romería entre maletas,
grupos de personas, bolsas y paquetes. Varios de más respecto al arribo, por
efecto del irresistible shopping. Sin
embargo, todos aturdidos porque nadie nos orientó sobre el traslado al
aeropuerto. Los organizadores habían partido. Con el equipo de Perú nos
organizamos para viajar en el metro —a esas alturas éramos unos expertos. El
inconveniente eran cinco cuadras con pendiente en contra y sin «diablitos» ni
carretillas para las maletas. Ante el frío, nada como cargar bolsas, jalar
maletas, bufar, pujar y un paso sostenido ¿Cuál frío?
El metro a esa hora y en esa dirección
estaba prácticamente vacío. Fue un recorrido de casi 40 minutos, de despedida,
con deseos de regresar a nuestro país pero con algo de nostalgia. Los
compañeros orientales se valieron de artilugios como la atención, la amabilidad
y sus sonrisas para secuestrarnos un pedazo de corazón. A la fecha continúo recibiendo
mensajes en coreano, malayo y tailandés, vía Twitter y Facebook. Las redes
sociales habilitan nuestro aprecio, cada quien en lo suyo, la vida sigue su
rumbo; pero de alguna manera permanecemos cercanos.
El 25 de febrero llegamos a México, el
reloj marcaba solo cuatro horas después de haber salido de Seúl. Pero el cuerpo
sentía los estragos de 20 horas de viaje.
Contenta de regresar, con sentimientos encontrados, México es nuestro
país —ay, José Emilio Pacheco que razón tienes:
No amo
mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias
figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
montañas
-y tres o cuatro ríos.
Hay cada mexicano que podría cambiar
por un coreano. Pero no, pobres coreanos, no se lo merecen.